Alfredo Pérez Rubalcaba

Estos días la vida política se ha visto sacudida por un acontecimiento imprevisible, inesperado y doloroso: la muerte casi repentina (10/05/2019) de Alfredo Pérez Rubalcaba. De pronto, en plena campaña electoral, los partidos políticos, prácticamente sin excepción, han depuesto sus armas para rendir homenaje a uno de los personajes más sobresalientes en la política española de los últimos 40 años. Alfredo tenía fama de político astuto, duro y radical, pero su muerte le ha hecho aparecer en nuestra vida cotidiana como un personaje admirado y respetado por todos, temido a veces, pero siempre de trato humano, encantador, inteligente y sólido.

Conocí a Alfredo en el año 1982. Yo había sido elegido senador y formaba parte del pequeño grupo que se ocupó de elaborar la nueva Ley de Reforma Universitaria (LRU 1983). En aquella época, Alfredo era director del gabinete de la Secretaria de Estado de Universidades y, en calidad de tal, solía coordinar las reuniones de los diputados y senadores involucrados en la ponencia legislativa, para fijar las posiciones del gobierno y del grupo parlamentario.  Recuerdo ahora vívidamente las primeras impresiones que me causó el trabajo con Alfredo. Las reuniones no empezaban en serio hasta que él llegaba, pero, con él ya presente, las cuestiones más espinosas se solían solventar de forma rápida y contundente. Tenía respuestas para todo y casi siempre llevaba todos los temas bien trabajados de antemano, pero eso no le impedía escuchar a todo el mundo y adoptar cualquier propuesta nueva que considerara valiosa.

Posteriormente he tenido muchas otras ocasiones de trabajar con él y de disfrutar de su amistad y de su carácter encantador. En la vida política española se ganó un prestigio como político respetable, polivalente, leal, inteligente, fiable y competente. Pero, al mismo tiempo, amable, cariñoso, incluso con sus adversarios, y sensible ante las terribles circunstancias que tuvo que afrontar, en ocasiones, a lo largo de los años.

Al hablar de políticos famosos se suelen utilizar estereotipos como los de político estadista y carismático de altos vuelos, frente al político tacticista, práctico, pegado a la tierra. Alfredo rompe el molde. Era un político con sentido del Estado, que miraba al futuro con perspectiva de largo alcance, pero sabía -y le gustaba- navegar a ras de suelo, manteniendo el rumbo de las decisiones políticas por encima de los avatares que depara la lucha diaria. Vuelo gallináceo, decía él, a veces, contraponiéndolo al vuelo del águila; pero siempre de larga distancia, frente a las maniobras insulsas de trenes de cercanías, que solo sobreviven en la política en la medida en que se mueven continuamente, pero no cambian nada. Durante los 40 años de democracia que hemos vivido en este país, nuestra vida ha cambiado de forma drástica, gracias a la acción política. En casi todos esos cambios (en la educación, las universidades, la seguridad del estado, la lucha contra el terrorismo) ha quedado impresa para siempre la huella de Alfredo Pérez Rubalcaba. Gracias, Alfredo. Y descansa en paz.

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