Béjar y el futuro

Siempre he pensado que la Escuela de Ingenieros de Béjar es una parte del patrimonio universitario de Salamanca que hay que preservar y potenciar con sumo cuidado. Incluso a pesar del pesimismo que se extiende, a veces, en su propio entorno. Por eso me encantó asistir a las jornadas que el Centro de Estudios Bejaranos celebró la semana pasada, con motivo del 150 aniversario de la participación de los bejaranos heroicos en la Revolución de 1868, que terminó con el exilio de Isabel II y con la proclamación de la I República Española. Mi buen amigo el periodista Ignacio Coll me había estado persiguiendo todo el verano para garantizar mi presencia allí. Y al final lo consiguió, pero ahora me alegro de que lo consiguiera y le doy las gracias por su tesón. Gracias a él pude actualizar mis ideas sobre la revolución tecnológica y compartirlas con entrañables amigos y colegas.

La tecnología basada en el conocimiento científico es al mismo tiempo uno de los productos más característicos de la creatividad humana, y uno de los soportes más eficientes de ésta. Los estudiosos de la economía industrial y de la historia de la técnica y de la ciencia saben muy bien esto: los sistemas sociales en los que se produce la innovación tecnológica son sistemas complejos. Las tecnologías son configuradas por las sociedades humanas y éstas son transformadas y condicionadas por aquellas, en un proceso de carácter complejo,  no lineal, en el que hay continuas relimentaciones.

El propósito de las reflexiones que propuse en mi intervención en Béjar era sencillo: analizar las circunstancias de la historia de la revolución industrial y de los cambios sociales  que la acompañaron hace ahora 150 años, para esclarecer algunas de las opciones en las que deberíamos empezar a pensar ya con la vista puesta en el futuro. Lo primero que sabemos es que los cambios sociales y tecnológicos no se producen desconectados entre sí, sino entrelazados íntimamente. Y que las nuevas tecnologías y los nuevos sistemas de producción nos obligan a poner el énfasis no tanto en las máquinas y en las condiciones geográficas de nuestra sociedad, cuanto en la capacidad creativa de nuestros científicos e ingenieros y en la capacidad de conexión e intercambio de nuestro sistema de innovación industrial en una red mundial de innovaciones tecnológicas.

Béjar fue un ejemplo en el pasado de sinergia entre factores que  hicieron posible una versión peculiar de la revolución industrial y de la revolución social y política que conmemoramos. Deberíamos esforzarnos en diseñar al menos los rasgos generales de la nueva situación que permita a Bejar no tanto repetir  su papel de pequeña Manchester castellana, cuanto desempeñar un nuevo papel como sede del talento tecnológico futuro. La Universidad de Salamanca debería apostar fuerte por hacer de Béjar la sede de la nueva ingeniería del conocimiento que reclama la sociedad actual.

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